12/02/2014
TESTIMONIOS - Soy Teresa, Franciscana Misionera de María, una madrileña que quisiera abrazar el mundo entero. Desde hace más de 16 años vivo en Eslovenia, actualmente en la capital Ljubljana. Mucha gente confunde Eslovenia con Eslovaquia, Estonia o Eslavonia -región de Croacia -, espero que vosotros sepáis ubicarla en el atlas. Eslovenia tiene el 70% de su territorio cubierto de bosques, lo cual le proporciona, junto a los montes, las praderas, el mar y las grutas, una gran belleza.
La comunidad, de la que formo parte, se compone de seis hermanas: dos eslovenas, una polaca, una croata, una bosnia y yo. El hecho de compartir el día a día en una comunidad internacional, donde conviven historias personales, lenguas y culturas bien diferentes entre sí, ha representado siempre para mí, no sólo una aventura con su gran desafío sino también, la oportunidad de experimentar aquello a lo que siento que Dios nos prepara desde nuestro nacimiento para llegarlo a vivir en plenitud al final de los tiempos, una auténtica fraternidad unida por y en el amor al Señor.
Desde mi llegada a Eslovenia comprendí que, esta vida de comunión en la diversidad era la primera y fundamental misión que estaba llamada a realizar. Pero, como ninguna verdadera comunidad se encierra en sí misma, el propio entorno en el que vivimos me fue mostrando paulatinamente el por qué y el para qué de mi presencia en un país, donde no existe la miseria sino más bien un bienestar económico casi generalizado.
Siempre me ha movido el deseo de conocer a sus gentes y las situaciones que van viviendo para llegar a ser una con ellos; por eso, desde el principio y, a pesar de que el esloveno sea una lengua tan difícil como bella, hago lo posible para conversar con unos y otros, para comprenderles mejor. Ello me lleva continuamente a constatar que nos ayudamos mutuamente en nuestro crecimiento en la fe y en el amor.
En Eslovenia soy testigo de grandes contrastes. Por un lado, disfruto con ellos de su vida sencilla y su espíritu trabajador, de su amor por la música, su lengua, cultura y costumbres. Admiro su manera de respetar, cuidar y sentirse unidos a la naturaleza. Como mujer de Iglesia, participo con gozo de la unión y el talante de colaboración que hay entre las distintas congregaciones religiosas, para hacer vivo el Evangelio en medio de sus gentes. Por otro lado, sufro con ellos las heridas aún abiertas de un pasado sangriento, que se cebó con aquellos que no participaban de las ideas de sus gobernantes y, que clama la necesidad de reconciliación; y, así mismo, sufro con ellos por el elevado número de suicidios – el más alto del mundo en proporción al número de habitantes.
Las dos comunidades de Franciscanas Misioneras de María en Eslovenia, conscientes de la gran sed de amor y fe que habita los corazones de las gentes, así como del sufrimiento de distintas personas que se sienten excluidas de la sociedad, hemos optado por estar cerca de ellos en colaboración con otros grupos. Intentamos estar allí, donde apenas hay presencia de Iglesia. Estamos comprometidas en la pastoral penitenciaria, el movimiento ecuménico, la pastoral en los medios de comunicación, la pastoral para discapacitados y la ayuda a los sin-techo. También cuidamos con especial atención la relación con los jóvenes, siempre en búsqueda de algo o alguien que de sentido a sus vidas.
En Eslovenia conviven cristianos (ortodoxos, protestantes y católicos) y musulmanes. También existen algunas sectas, formadas por pequeños grupos de adeptos. Cuando llegué a Eslovenia, en 1997, me alegré muchísimo de ver una comunidad cristiana viva que contaba con un 85% de creyentes. En estos momentos, se declara cristiano sólo el 55% de la población. Ello me ha dado mucho que pensar… y, cada vez estoy más convencida de que, la auténtica fe va mucho más allá de la práctica religiosa. La fe en Jesucristo y la pertenencia a una comunidad de fe, la Iglesia, sólo son posibles si hay un encuentro personal transformante con El, que empuja a acoger y optar por su manera de vivir en cualquier circunstancia, en la pobreza o la abundancia, en el dolor o en el bienestar. Tal y como vivimos en este mundo que se mueve sobre todo por parámetros económicos, vivir en total confianza, humildad, servicio, olvido de sí y gozo en la presencia de Dios, es verdaderamente un don que solo el Espíritu nos puede dar si se lo pedimos con insistencia.
Teresa Cachot, fmm
Fuente: Fmm